Mucho cuidado con los trucos caseros.
Los remedios de la abuela están muy bien cuando funcionan, pero cuando no, lo menos que puede pasar es que no tengan ningún efecto, y lo peor es que se encarguen ellos de provocar problemas que ante no estaban ahí. En el mundo del automóvil hay muchos “trucos” que supuestamente sirven para ahorrar dinero, pero en más de una ocasión son mitos falsos.
Esta práctica viene de hace mucho tiempo atrás y se empleaba en los diésel que ahora podemos considerar casi prehistóricos. Consistía en, antes de repostar, echar un litro de gasolina al depósito para luego llenarlo con gasóleo. El argumento para llevarlo a cabo es que, dado que la detonación de la gasolina es mayor, en la fase de compresión del diésel esto ayuda a generar vibraciones que ayuden a despegar los residuos adheridos a las piezas del motor..
Estos residuos, que popularmente se conocen como carbonilla (“de vez en cuando conduce revolucionando el coche para limpiar la carbonilla”, habréis oído alguna vez), son en realidad calamina, carbono duro, que a las altas temperaturas del motor se solidifica con extrema facilidad y se pega a los componentes del motor de la misma manera.
El quid de la cuestión es que es tan resistente que por mucho que la gasolina tenga capacidad disolvente, no basta, y menos si tenemos en cuenta que la cantidad que se echa es tan pequeña que está muy diluida. Y no, no vale echar más gasolina a la mezcla, porque se puede montar una buena. De hecho, por mínima que sea la parte de gasolina que haya en la mezcla, ya estará restando propiedades al diésel (lubricación, etc) lo que en las mecánicas actuales, que actúan en unos márgenes de tolerancia muy estrechos, hará que el desgaste de los componentes sea mayor y más rápido.
Este es el principal motivo por que antes sí se podía emplear este truco sin muchas consecuencias y ahora no, siendo mucho más recomendable utilizar productos con aditivos especializados para esta función.